Durante nuestro largo fin de semana en el Baztán Navarro nos animaron a llevar a los peques a una actividad diferente, aprender a elaborar talos. Gracias a las ferias de productos artesanales y de la tierra que recorren Euskadi a lo largo del año, éste no nos es un producto desconocido pero nunca habíamos puesto las manos en la masa.
Una vez consensuado entre todos (no hubo ninguna voz en contra) nos dirigimos a Amaiur, un pequeño y bonito pueblo con un arco en su entrada rodeado de leyendas y un castillo en ruinas que forma parte de la historia pasada y presente del camino de Santiago y el último bastión en la caída de Navarra a manos del reino de Castilla.
Son pocos los molinos que sobreviven al paso del tiempo y en Amaiur tenemos la suerte de encontrarnos con uno, no sólo rehabilitado sino también en uso, de dónde sale y se vende una harina de maíz que parece oro en polvo.
Llegamos a la visita organizada con unos minutos de antelación y eso nos permite disfrutar de la compañía y de las enseñanzas de quién hoy se encarga del mantenimiento y uso del molino y quienes serán nuestros maestros en el taller del talo.
Mientras los mayores disfrutamos de la conversación los peques comienzan a interactuar con el molino, separan la harina de maíz de la propia cáscara con un tamiz, ven la suavidad de ésta y literalmente introducen las manos en la masa para elaborar las bolas que conformarán su talo, con sus propias manos!!
El talo es un plato típico del País Vasco, Navarra y País Vasco francés, la masa se elabora con harina de maíz y agua, y se hace a la plancha para después poder ser rellenado, de lo que se quiera, pero lo típico será de queso o chorizo.
Tal y como nos cuentan en el molino el talo que se elaboraba en el Baztán es algo diferente pues en vez de rellenarse y comerse doblado se abre y se rellena para comerse después cortado en cuartos y con la masa crujiente. Una delicia para el paladar.
Acompañamos el talo con una botella de sidra del Baztán que fresca acompaña perfecto los sabores logrados.
Llega el turno de los peques y siguen las instrucciones una por una, sin rechistar, emocionados por hacerse su propia comida. Una vez elaborado los marcan con un número y eligen el relleno, de chistorra, de queso, de chocolate… Sólo queda esperar.
Y de mientras, nos explican a peques y mayores una lección de historia de nuestro pueblo que nos mantiene atentos gracias al entusiasmo y buen hacer del molinero. No es fácil conquistar a un grupo numeroso de niños y lo consigue con creces.
La visita termina enseñándonos el funcionamiento del molino y de un pequeño lagar anexo, creerme si os digo que el precio no cubre el gran rato y las lecciones aprendidas.
Os dejamos la web para todos los que os pueda interesar y os recomendamos sin duda la visita. Molino de Amaiur